Sobre el ajo...

 
 
 
 

 

 
 
 
El ajo, desde que tengo uso de razón, no ha faltado en la mesa de mi casa. Siendo muy pequeña, cuando sentía un pedacito de ajo en mi boca dejaba de comer inmediatamente, sin importarme los pleitos de mi mamá y sin dejarme engañar por ella cuando me decía que era una papita.
 
La sensación del ajo en mi boca era muy desagradable. Cuando me casé el ajo comenzó a formar parte de mi vida culinaria dentro del hogar, mi esposo me enseñó a cocinar usándolo como elemento aliado y hoy no puedo dejar de reconocer que su gusto es muy placentero y no falta en mi comida.
 
Desde la antigüedad se le ha conferido al ajo virtudes medicinales, afrodisíacas y mágicas, es quizás el remedio natural con mayores propiedades efectivas y uno de los más comentados en ambientes sociales y de salud.

Del ajo se dice que incrementa las defensas del organismo, mejora nuestra respuesta a bacterias y virus, que si le damos un uso tópico es extraordinario antiséptico, que es amigo de los hipertensos y además que ayuda a combatir el estrés y la depresión. Se usa para eliminar los parásitos. En Grecia o Roma, se consideró un potente afrodisíaco y en la época medieval se usó para librarse de brujas y los malos espíritus.

Dicen los astrólogos, que es considerado un elemento de fuego, ideal como amuleto para deshacernos del mal de ojo y las malas lenguas, malos espíritus y de habladores, de las malas influencias y de los malos caminos, ideal contra los pesimistas. Es importante señalar que para que el ajo surta efecto se debe consumir crudo, como dice el refrán “ ajo cocido, ajo perdido”.
Yo sigo usándolo en mis comidas y por si las moscas ando con una cabeza de ajo en mi cartera para evitar que los dráculas sociales me chupen la sangre, se roben mi alma y me dejen sin iniciativas.

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